Aún cansada por la falta de sueño y adolorida por el parto, una madre siempre encontrará fuerza para estar al lado de su hijo. La fortaleza es su principal característica, aquella que se forma luego de vivir nueve meses de cambios en su cuerpo. Sentir cómo su vientre crece día tras día, al igual que su pequeño, crea un vínculo perpetuo.
Este lazo es producto de un proceso cerebral particular. “Hay una cantidad enorme de neurotransmisores que regulan el balance químico del cerebro. En ese contexto se activan determinados mecanismos de protección regulados por algunos transmisores”, comenta el psicólogo Milton Rojas.
Por su parte, el neurólogo David Lira explica: “En el cerebro de las mamás ocurren una serie de cambios de tipo hormonal. La placenta –la cual se forma en el útero de la madre y va alimentando al feto poco a poco– libera hormonas que llegan hasta el cerebro. Estas cambian el estado emocional y mental de la madre”.
Debido a la lactancia se producen otro tipo de hormonas como la oxitocina, que genera en la madre una sensación de placer al ver, acariciar o abrazar a su hijo. De igual manera, el niño también siente bienestar.
Los especialistas explican que convertirse en madre no solo es un proceso de cambios emocionales, sino también de sacrificio. Todo inicia en el momento cuando el bebé se encuentra con ella por primera vez. “La madre va a sufrir, va a sangrar, le va a doler, pero al final va a tener a su hijo. Ella siente que es una parte de ella misma”, comenta Lira.
Esa energía es una de las características más importantes de una madre y se vincula con cambios a nivel cerebral, emocional y hasta hormonal. Una capacidad que hace que el vínculo con sus hijos sea casi indestructible.
- Fuente | rpp